miércoles, 6 de abril de 2016

REESCRIBIMOS EL INICIO DE "LA METAMORFOSIS" DE FRANZ KAFKA


Los/as alumnos/as de 2º de Bachillerato que cursamos Literatura Universal, a partir de una propuesta de nuestro profesor de Literatura Universal, don Miguel Ángel Torrico, hemos reescrito el inicio de La metamorfosis. Aquí os dejamos dicho inicio y la versión que cuatro de nosotros/as hemos hecho de él.


Inicio de La metamorfosis


Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.

No era un sueño. Su habitación, una auténtica habitación humana, si bien algo pequeña, permanecía tranquila entre las cuatro paredes harto conocidas. Por encima de la mesa, sobre la que se encontraba extendido un muestrario de paños desempaquetados -Samsa era viajante de comercio-, estaba colgado aquel cuadro que hacía poco había recortado de una revista y había colocado en un bonito marco dorado. Representaba a una dama ataviada con un sombrero y una boa de piel, que estaba allí, sentada muy erguida y levantaba hacia el observador un pesado manguito de piel, en el cual había desaparecido su antebrazo.

La mirada de Gregorio se dirigió después hacia la ventana, y el tiempo lluvioso -se oían caer gotas de lluvia sobre la chapa del alféizar de la ventana- lo ponía muy melancólico.

María Ruiz


Cuando Monsieur François se despertó una mañana en su celda, llevando ya cuatro años en la cárcel por estafa a Hacienda, se encontraba diferente tras un sueño intranquilo. Sus largas y gruesas piernas se habían convertido en pequeñas y delgadas patas parecidas a las de un ave, sus brazos habían desaparecido y eran sustituidos por unas alas llenas de plumas con diferentes colores, también tenía un abultado buche. Además, su cabeza, adornada con pelo rizado y oscuro, se había convertido en algo de muy poco tamaño, en la cual su boca era ya un pico de color amarillo y sus ojos habían disminuido. No sabía andar sino saltar y así fue cómo llegó hasta el espejo colocado encima de la silla, donde su cara de sorpresa fue acompañada de un enorme graznido.

-¿Qué me ha ocurrido?- gritó.

No era un sueño. Su "habitación" siempre desordenada como si viviera en ella un auténtico animal había cambiado: cada objeto estaba en su lugar determinado, la ropa repartida habitualmente por la silla y el suelo estaba en su sitio ordenada por colores. La celda estaba completamente limpia, nunca había estado así, como si alguien se hubiese dedicado a que todo quedara así.

La mirada de Monsieur François se dirigió a la ventana colocada encima de la litera donde él dormía, por la cual entraba un sol espléndido que hacía meses que no salía. El tiempo soleado y la libertad de poder volar -contraria a la poca libertad que él poseía por ser preso- le daban la fuerza que necesitaba en aquellos momentos. Así que...  

Antonio Rubio


Cuando Carlos González se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se sintió muy extraño, pensó que eran consecuencias del alcohol -disfrutar tiene consecuencias-, después de pasarse la noche entera bebiendo copas en el bar Paraíso, su bar preferido porque estaba justo al lado; esa gran casa donde las "bonitas", como él las llamaba, pasaban la noche con él, a cambio de un agradecimiento.

Era la una del mediodía. Tras diez minutos en la cama mirando al cielo de su habitación, Carlos se sentía igual de extraño, se acercó las manos a los ojos para refregárselos y, al hacerlo, se dio cuenta de que sus manos habían menguado, tenía unas manos bonitas y chiquitas. Carlos comenzó a preocuparse.

-¿Qué me ha ocurrido?- pensó.

No era una pesadilla, comenzó a acariciar todo su cuerpo con esas manitas. Primero, el pecho, mucho más inflado y, más tarde, al llegar a la zona que le aportaba toda la virilidad que tanto le caracterizaba, se dio cuenta de que ya nada era igual ahí. Estuvo al borde del desmayo...

Carlos era lo que había despreciado durante toda su vida. No podía comprender cómo, en unas horas, había perdido todo su poder de hombre. Si todo seguía así, debería dedicar su vida a la casa y a tener satisfecho a un hombre.

Pensó que todo era una pesadilla, era el miedo lo que le hacía pensar eso. Pero giró la cabeza, todos esos pósteres de mujeres semi-desnudas seguían allí, pero le seguían atrayendo. Esos pechos eran para él una de las siete maravillas del mundo. Reflexionó, se dio cuenta del monstruo en que se había convertido. La única solución que él sopesaba era la enfermedad.

-Esos maricones del bar me han tenido que contagiar- pensó.

Su vida se estaba volviendo muy negra, o esto acababa o él acabaría con todo esto.

Auxi Muñoz


Cuando Lorena Rubio se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertida en una majestuosa viola. Su cabeza, antes caracterizada por sus cabellos más bien pelirrojos, era ahora una hermosa voluta acabada en un gran adorno floral, y de la cual partían, en sustitución de sus orejas, cuatro finas clavijas. Al inclinarse un poco, observó cómo su cuerpo se ensanchaba poco a poco e iba adquiriendo forma de ocho, encontrándose así con el diapasón y la caja de tal instrumento. Su ombligo había pasado a ser el alma que ayudaba a la transmisión del melodioso sonido y que, a la vez, hacía de puente sujetando a cada una de las cuatro cuerdas. Estas vibraban gracias a su brazo derecho, el cual mostraba ahora la apariencia de un simpático arco que, delicadamente, se encargaba de acariciarlas.

-¿Qué me ha ocurrido?- pensó.

No era un sueño. Su habitación, aquel minúsculo espacio donde tanto disfrutaba gastando su tiempo, seguía siendo la misma. Al frente, su mesa de estudio, con cada objeto colocado en su sitio tan minuciosamente analizado. A la derecha, su puerta entreabierta, con miles de fotografías puestas sobre ella y, como siempre, reparaba en aquella que le fue tomada el día de su octavo cumpleaños, donde se podían observar sus ojos brillantes y su inocente sonrisa, ajena en aquel momento al gran obsequio que estaba a punto de recibir.

La mirada de Lorena, por último, se dirigió a la izquierda, donde la persiana subida hasta el tope dejaba pasar los tímidos rayos de sol que anunciaban un nuevo día, un día que, probablemente, recordaría para siempre.

Toda la situación la ponía eufórica, ¿cuántas cosas mágicas estaría por experimentar compartiendo música?

Juan García


Cuando Marty McFly se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, percibió que ya nada sería igual al ayer. Como buen optimista por naturaleza, se inclinaba a pensar que el pasado era historia y el presente, un momento envuelto en un halo de gran misterio como estaba a punto de descubrir. Nada más lejos de la realidad. De hecho, creía recordar haberse quedado despierto hasta tarde, reflexionando, y llegado el momento, caer rendido en los brazos de Morfeo. Las pupilas, ocultas tras la cortina de sus párpados, parecían querer vislumbrar una luz encendida, probablemente olvidada la noche anterior. En el momento en que abrió los ojos, toda su existencia se vio truncada al instante, pues iniciaba un nuevo tránsito en este mundo como fantasma.

Sin embargo, Marty, quien siempre se había vanagloriado de poseer una complexión recia, resistencia y fuerza bruta, se escandalizó al ver su nueva forma hundiéndose en el sofá que horas antes había soportado su peso. Alzó las manos, y tembló como la tierra mientras estas se evaporaban, cual humo de chimenea. En un estado febril, se arrojó hacia el espejo en frente de su cama, gracias al cual tomaría conciencia de su estado a partir de entonces: se había transformado en un espectro, un ser etéreo, alejado de lo meramente físico y terrenal. Muy angustiado, se giró sigilosamente para asegurarse de que nadie lo había visto allí. Desafortunadamente, no resultó ser así.

Todos sus dispositivos tecnológicos y electrónicos en su despacho dormitorio parecían haber sido cambiados de sitio: el portátil estaba entreabierto; su telescopio, partido en dos; los CDs de heavy metal, esparcidos por el suelo; el iPad, emitiendo una luz cegadora que alumbraba toda la estancia, al mismo tiempo que prendía sobre él una gigantesca araña de velas.

Marty, siempre tan contradictorio, comenzó a preguntarse el porqué de esta mutación. ¿Sería un castigo por todos los vicios y pecados cometidos? ¿O más bien un bálsamo para purificarse en una nueva dimensión más espiritual?

María Ruiz López
Antonio Rubio Ortega
Mónica Pérez González

No hay comentarios:

Publicar un comentario